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Muchos tipos de interacción se realizan a través de mediadores, objetos intermediarios que permiten iniciar y mantener procesos comunicativos y energéticos entre personas. Por ejemplo, un bebé interactúa con su madre a través de un juguete (el mediador en este caso). 
En Musicoterapia se interactúa a través del sonido, por lo que los mediadores son los instrumentos musicales y el cuerpo. El cuerpo humano es el instrumento musical más increíble del mundo: cada uno es único, y sus posibilidades expresivas son ilimitadas. Todos tenemos sentido del ritmo, pues vivimos desde siempre de acuerdo a ritmos (horarios, circadianos...) y tenemos el ritmo dentro, en la respiración y el pulso. El re-encontrar nuestro ritmo musical, así como nuestra voz, propia y única, es tan natural como lo sería el volver a montar en bicicleta después de algún tiempo. 
En Musicoterapia no es necesario saber tocar ni cantar. El objetivo no es hacer música estética, sino expresarse. El instrumento es una extensión del cuerpo del que lo toca y una proyección de su personalidad, su historia sonora y su estado de ánimo. Con el instrumento jugamos y tocamos, sonamos y resonamos, movemos y conmovemos, expresamos y comunicamos lo que es inexpresable e incomunicable con la palabra.
La improvisación musical terapéutica es una especie de cuadro sonoro sobre el cual la persona o grupo pinta en tiempo real en un proceso de construcción, destrucción y reconstrucción constante de texturas sonoras y emociones. La música involucra a la persona en los planos físico, mental y emocional y responde a sus necesidades, inquietudes y deseos en ese momento. El sonido producido puede ser desde minimalista y relajante a ruidoso y catártico, o puede simplemente producirse el silencio.... Pero tal y como ocurre en la vida (y aunque la persona o grupo no sepa tocar en absoluto) al cabo del tiempo oportuno termina el caos y empieza el orden, y cada uno encuentra su forma de resonar en armonía con los demás y con el mundo.
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